Flick, después de un primer tiempo bastante flojete, donde el equipo atacó muy rápido (y, claro, le corrieron mucho —pocas veces pudo robar alto—), dio entrada a Olmo, este (que fue el mejor) se juntó con Pedri y Lamine y entre los tres ganaron el partido. Las cosas de los buenos, y más cuando se juntan tres tan talentosos y tan complementarios. Porque es que los tres, a pesar de ser tan solo unos chavales (el mayor es Olmo y tiene solo 26 años —es del 98—), se las saben todas. Parece que nacieron con el librillo del fútbol en la mano.
Flick tiene en ellos un filón. Cuando al Barça le toque ser más vertical, juego muy del estilo del alemán, tiene ahí a un Olmo que es un cuchillo en transición (en el Leipzig era más un mediapunta de vértigo que otra cosa), y a unos Pedri y Lamine que, obviamente, también la rompen con espacios (el 99 % de los jugadores son mejores con espacio, y más unos tan buenos). Y luego, cuando tenga que atacar más en estático, con menos espacios y ser más paciente, tiene a un Pedri que es un maestro de la pausa y de colarse en las rendijas que dejan los sistemas defensivos rivales, a un Olmo que tanto puede ser un mediapunta de vértigo como de control, y que también es un maestro colándose entre las líneas enemigas (y que, además, no pisa a nadie y tiene un primer control superafilado), y a un Lamine que en vez de 17 parece que tiene 27. Lo normal a esa edad sería que pecase de agresivo (entiéndase agresivo como vertical), que quisiese muchas veces abusar de sus cualidades y tal y cual, pero él no, todo lo contrario. Igual lo ves pidiendo calma como todo un veterano. Vamos, que su Barça, con estos tres, en cuanto a la manera de atacar, puede ser tremendamente camaleónico. Todo un lujo tener a ese trío, vaya.
Señor Flick, júntelos, déjelos que se acerquen, que así disfrutaremos nosotros y también disfrutarán ellos, como ya vimos el otro día en Vallecas.
Manuel Rodríguez Rosales (Pontevedra, 2001) es estudiante de Turismo. Apasionado del fútbol y siempre tratando de entender los porqués.