En los últimos años, el Barça en la Copa de Europa pretendía controlarlo todo. Lo necesitaba. Rara vez lo lograba, pero lo necesitaba. Si no lo hacía, adiós, muy buenas. Su competitividad se desvanecía. Ante rivales menores, igual podía lograrlo, pero cuando se enfrentaba a equipos de mayor envergadura, como puede ser un Liverpool, pues claro, la situación se complicaba. La Champions es una competición en la que, como dice mucho Álvaro Benito, debes saber ser hoz y martillo, y el Barça, sobre todo, no sabía ser hoz, que seguramente es la parte más importante. Si al más mínimo revés te vas a la lona, olvídate de competir en la Champions. Allí juegan los mejores equipos del mundo, equipos que tienen argumentos más que sobra para ponerte en verdaderos aprietos en ciertos momentos del partido. Es en esos instantes donde es vital saber aguantar o, al menos, hacerlo de la mejor manera posible, siendo consciente de que los partidos tienen sus momentos y tú tendrás el tuyo. Eso el Barça no lo aceptaba (sobre todo si recibía algún gol). Era su mayor problema (uno de muchos, pero el más grave).
Con toda esta mochila a cuestas, el miércoles llegó el Bayern, la mayor bestia negra para el cuadro catalán. La prueba de fuego más difícil que podía enfrentar el club como institución. El Barça, aunque apenas le quedan jugadores que vivieran esas noches negras y arrastraran esos fantasmas, necesitaba como club quitarse esa pesada carga que llevaba encima (todos esos complejos, vaya) y volver a sentir que puede competir de tú a tú con los más grandes. Y los chavales, porque eso es ahora el Barça, un grupo de chavales (la media de edad de la plantilla es de 22,6 años), lo hicieron. Compitieron sin complejos y lograron hacer sentir a todos, ellos incluidos, que el Barça estaba de vuelta. Estos chavales, que no tienen encima esa nube negra que flotaba sobre todo ser viviente en Camp Barça, quieren escribir su propia historia, están llenos de ilusión y no llevan consigo, como sí llevaban otros, esos complejos. Porque los pocos veteranos que quedan, como el bueno de Lewandowski, aportan veteranía y no miedos, algo que hasta hace poco no era así. Porque Flick es un gran entrenador, y se sabe que pase lo que pase, él se mantendrá sereno, algo que, creo, los jugadores necesitaban de su míster. Por todo esto, y también por lo más importante en el fútbol, que es tener buenos jugadores, el Barça, con Lamine y Pedri a la cabeza, ya no necesita controlarlo todo para competir. Ahora, como cualquier club normal (normal en el sentido de no haber vivido esas noches) que aspira a ganar la Champions, que juega sin miedos ni complejos, el equipo, como vimos el miércoles, puede competir dejando cabos sueltos.
Manuel Rodríguez Rosales (Pontevedra, 2001) es estudiante de Turismo. Apasionado del fútbol y siempre tratando de entender los porqués.